La trepa de árboles es la técnica que utilizan los arboristas para realizar trabajos de poda, inspección y mantenimiento de árboles en altura en lugares donde no es posible acceder con maquinaria. Además de una actividad laboral, es habitual que los arboristas disfruten con la trepa de árboles, especialmente, de ejemplares que destacan por su altura, majestuosidad o singularidad.

Observar el mundo desde lo más alto de la copa de algunos ejemplares es un placer y un privilegio reservado a unos pocos, especialmente en árboles catalogados como singulares, protegidos por su longevidad y en ocasiones, muy frágiles. Repasar algunos de los más destacados árboles singulares de España desde la perspectiva de un arborista es un viaje apasionante.

1. Los Ficus de Mora (Cádiz)

Dos imponentes Ficus macrophylla centenarios ocultan casi en su totalidad la fachada del antiguo Hospital de Mora de Cádiz, hoy Facultad de Ciencias Empresariales. Son los llamados Ficus del Mora o Árboles del Mora y fueron plantados ante la playa de La Caleta en 1903. Hoy su tronco tiene un diámetro de unos 10 metros.

La historia o leyenda urbana sobre su origen indica que llegaron desde la India en macetas que traían dos monjas enfermas, que recalaron en Cádiz con destino al norte de España. Tras su muerte en el hospital gaditano, se decidió que las macetas echaran raíces en Cádiz, dos ante el hospital y dos en la Alameda Apodaca. 

Desde la copa de estos ficus se puede admirar una vista espectacular de la playa de La Caleta. Son un símbolo de la ciudad que ha llevado a su Ayuntamiento a instalar soportes para sujetar sus enrevesadas ramas y a convertir en peatonal la rotonda donde se encuentran para garantizar su conservación.  

2. Drago de Icod de los vinos (Tenerife)

Entre 700 y 1.000 años se calcula que tiene el Dracaena draco del ayuntamiento tinerfeño de Icod de los vinos, considerado el ejemplar más grande y antiguo del mundo entre los de su especie y declarado Monumento Nacional en 1917. Tiene 18 metros de alto, un tronco con un diámetro de 20 metros y más 300 ramas principales por las que trepar debe ser una auténtica delicia. En el interior de su tronco existe una cavidad de 6 metros de alto donde se instaló un ventilador para protegerlo de las plagas.

El drago de Icod de los Vinos estuvo pegado a una carretera comarcal hasta que en 1996 se construyó un parque para aislarlo de los coches y la contaminación. 

3. O Avó de Chavín (Viveiro, Lugo)

Si las vistas desde la copa de los Ficus del Mora son extraordinarias, poca duda tienen las que se deben admirar desde lo alto de O Avó de Chavín, el formidable Eucalyptus globulus de 67 metros de altura plantado en 1880 en el Souto da Retorta de Viveiro, Lugo.

La plantación de O Avó y otros ejemplares de eucalipto en esta zona fue un intento de secar los terrenos próximos al río Ladro, que forma una cascada en las proximidades. En Galicia ya llevaban décadas explorando las posibilidades del eucalipto y su potencial maderero, desde que en 1846 fray Rosendo Salvado, envió a su Tui natal las primeras semillas de esta especie que llegaron a España desde Australia. Considerado el árbol más alto de España y de los más altos de Europa, su copa ofrece una perspectiva única de la maravillosa ría de Viveiro.

4. Tejo de Bermiego (Quirós, Asturias)

Con 13 metros de alto, un tronco de 7,74 de diámetro y un perímetro en la copa de 15 metros, el Taxus baccata de Bermiego, en el municipio asturiano de Quirós, es un espectáculo en sí mismo que además se encuentra en un paraje de impresionante belleza, en el Parque Natural de Las Ubiñas-La Mesa de la Sierra del Aramo.

La vinculación de los tejos a la tradición celta, su porte y diversas investigaciones apuntan que el Tejo de Bermiego ronda los 1.000 años, aunque la edad exacta es difícil de precisar. Protegido como Monumento Natural, es improbable que pueda treparse libremente, pero la experiencia de encaramarse a lo alto de este ejemplar sería el sueño de cualquier arborista. Afortunadamente, a sus pies, la naturaleza nos regala un paisaje de absoluta calma y belleza sin necesidad de subirse a él.

5. Castaños centenarios de Las Médulas en el Bierzo (León)

Con más de 600 años de antigüedad, los castaños forman parte del entorno y la historia de Las Médulas en El Bierzo (León) desde sus orígenes. La Castanea sativa sustituyó el bosque de encina y roble que existía en origen en la zona para alimentar a los entre 10.000 y 20.000 hombres que trabajaron en la mayor mina de oro a cielo abierto de la época romana en la Península Ibérica. Su madera también sirvió para construir los embalses y conductos que forjaron el sistema de Ruina montium con el que se explotó la mina.

Hoy, algunos de los ejemplares que han sobrevivido tienen nombre propio y destacan más que por su altura por el majestuoso porte de sus troncos, con intrincadas y rugosas formas.

6. Nogal alado de Montjuïc (Barcelona)

Con 36 metros de alto, un tronco de 4 metros de diámetro y un perímetro de copa de 30 metros, este fascinante ejemplar de Pterocarya × rehderiana forma parte del Jardín Botánico Histórico de Montjuic desde 1920, diez años antes del inicio de las plantaciones que dieron lugar al recinto. De copa frondosa y más de dos metros de tronco libre de ramas, trepar este árbol singular significa no solo encaramarse al más grande de la ciudad de Barcelona y a un ejemplar único en su entorno, sino disfrutar de una experiencia extraordinaria, en contacto con el dosel arbóreo de la zona más bella del parque, el llamado Sot de l’estany, un valle en miniatura con un microclima propio. Esta especie es en realidad un híbrido resultante del cruce de la Pterocarya fraxinifolia, originaria del Cáucaso e Irán y profusamente plantada en Europa, y la Pterocarya stenoptera, procedente de China.

7. Tulípero de Virginia de Esles (Santa María de Cayón, Cantabria)

El Liriodendron tulipifera, con 38 metros de altura y un tronco de 4,2 metros de diámetro, no es el ejemplar más popularmente conocido del jardín Cotubín, la finca del paisajista internacional Luis González-Camino, situada en Santa María de Cayón, Cantabria.

El jardín Cotubín atesora 165 años de historia, desde que el bisabuelo del paisajista Luis González-Camino construyó su primera vivienda y empezó a configurar un jardín que continuaron y ampliaron su abuelo, su padre y él. Hoy es un extraordinario homenaje a la naturaleza donde conviven especies autóctonas y otras como el Tulípero de Virginia, uno de los nueve ejemplares de la finca incluidos en el Catálogo de Árboles Singulares de Cantabria.

8. Ginkgo de Hernani (Guipúzcoa)

El extraordinario Ginkgo biloba de Hernani es un árbol cargado de simbolismo y de unas dimensiones que permiten disfrutar del arte de la trepa de árboles como pocos. Con un perímetro de tronco de 5 metros, mide 18,30 metros de alto, tiene una espectacular copa con 21 metros de diámetro y una amplia profusión de ramas a las que encaramarse es un placer.

Además de su estado y gran porte, el simbolismo de este ejemplar viene marcado por la historia de Hernani, el pueblo en el que fue plantado en torno a 1800. Hernani resistió dos años de asedio durante la tercera guerra carlista en los que sus vecinos y soldados tuvieron que recurrir a talar árboles para calentar sus casas y tener fuego en sus cocinas. Consciente de esta necesidad, el ejército carlista acabó con todos los árboles para presionar al enemigo. Así que, en 1876, terminada la contienda y entre las tareas de reconstrucción de la villa, se plantaron diversos árboles, entre ellos este Gingko biloba, que en la Guerra Civil española sirvió de atalaya. En su tronco aún son visibles los restos de la escala de hierro que se incrustó en él para ello.

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