Eduardo Barba
Técnico en Jardinería, paisajista e investigador botánico
El calor llegó por igual para todos los seres vivos. En el jardín, las plantas hacen frente a la subida de temperaturas, y muchas de ellas ralentizan su crecimiento, mientras que otras permanecen activas. Es un momento difícil para ellas y también para los seres humanos, todos buscando adaptarse al calor más extremo. Llega el verano y caminar por una acera soleada, sin ninguna sombra, se convierte en una odisea.
Una de las cuestiones más compartidas y de amplio consenso en torno al arbolado urbano es la necesidad de plantar más y mejor en las calles de pueblos y ciudades, para aprovechar la sombra que nos ofrecen los árboles. El romano Plinio el Viejo (c. 23-79) dejó por escrito una pregunta ya en el siglo I que atestigua la tradicional necesidad de contar con la ayuda de los árboles para refrescar nuestros paseos: “¿A quién no le sorprende que hayamos traído un árbol de tierra extraña nada más que por su sombra?”. Plinio se refería así al plátano (Platanus orientalis), nativo desde la zona del mediterráneo oriental hasta Irán.
Precisamente, es famoso el caso de la Pompeya romana, en la que se favoreció el cultivo de los árboles de sombra, como ocurría en las inmediaciones de su anfiteatro. Gracias a la obtención de los moldes de las raíces de los árboles que se cultivaban en esta ciudad —destruida por la erupción del Vesubio en el año 79—, se pudo constatar la presencia de enormes ejemplares que protegían del sol a los pompeyanos, como los pinos piñoneros (Pinus pinea). Plinio el Viejo también habla del cuidado que se dedicaba entonces a los plátanos de sombra: “Con posterioridad, hasta tal punto ha crecido su estima que se los sustenta regándolos con vino puro. Ha podido comprobarse que tal procedimiento es muy beneficioso para las raíces; así es que hemos enseñado a beber vino incluso a los árboles”. Es una cita prodigiosa que mezcla el humor con el máximo cariño que se le procuraba al arbolado benefactor.

De la misma forma que en las remodelaciones de las ciudades se invierte todo el capital humano y técnico, cuando se habla del cultivo de los árboles debieran tenerse en consideración todos los medios al alcance para que su vida sea la mejor posible. Claro, ya no se les regará con vino, pero se les proveerá de todo lo necesario para que sus raíces puedan explorar sin trabas el terreno: una tierra fértil, aireada y bien hidratada que permita al árbol generar una copa amplia y frondosa. La técnica se conoce bien, pero no siempre se emplea.
Si se aman los árboles, produce pánico ver los hoyos de plantación en los que se confina a muchos de ellos, con drenaje insuficiente, constreñidos en tan poco espacio que parece imposible que puedan desarrollarse sin padecer un estrés crónico. Paradójicamente, el egoísmo del ser humano debiera entonces aflorar, para pensar en dar al árbol lo mejor, sin escatimar en recursos, para obtener a cambio la tan necesaria sombra. Quien diría que algo tan intangible como esa umbría fuera tan deseada por el ser humano…
Si en aquellos lejanos tiempos de la antigua Roma ya se sombreaban los espacios comunes para el bienestar de los ciudadanos, se hace impensable que hoy en día se sigan construyendo plazas y calles sin una presencia importante de los árboles. Ya no son un mero ornamento que se añade al final de una obra, sino que debieran incluirse como premisa, como inicio del proyecto de cualquier reforma viaria. Para ello, habría que partir con ciertas preguntas básicas: ¿Qué ocurrirá en esta calle o plaza en verano? ¿Cómo se moverá el sol a lo largo del día? ¿Mis conciudadanos podrán pasear por ella cómodamente? ¿Qué se puede hacer para incluir más árboles? Para todas aquellas personas responsables de acometer una supuesta mejora en el entorno, el árbol ha de ser una prioridad indispensable.
El también antiguo concepto rus in urbe, el campo en la ciudad, ilustra a la perfección lo que todos desearían para su propio entorno urbano: un lugar agradable, seguro, cómodo y bello en el que poder transitar, protegido por la copa de los árboles. El campo en las ciudades, para hacerlas habitables de nuevo, para conquistar espacios urbanos para las personas de la mano del árbol.
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