Ser jardinero significa entender el jardín de una manera compleja y completa. Con el avance de las décadas, la irrupción de la tecnología y nuevas técnicas han cambiado este sector que, a menudo, no goza de la valoración que realmente merece. En esta entrevista, Eduardo Barba, jardinero profesional e investigador botánico, reflexiona sobre el papel de la jardinería en nuestras vidas, su desarrollo a través del paso de los años y lo que podemos aprender si unimos las plantas y el arte, una forma de expresión que, aparentemente, podría parecer no tener nada en común. 

P. ¿Cuáles son las principales tendencias en jardinería que estás observando últimamente? ¿Algo que te haya sorprendido especialmente? 

R. Me sorprende que cada vez se escucha más a la naturaleza. Desde hace muchos años, vemos que hay una tendencia a que no se luche contra ella, si no que se favorezcan todos los sistemas que ayuden al crecimiento de hierbas espontáneas o evitar el uso de productos fitosanitarios. Cuando salí de la escuela de jardinería, en el año 99, el vademécum de jardinería era enorme. Era absurda la cantidad de productos que había para matar, aniquilar o erradicar cosas vivas. Ahora notas que la conciencia ecológica es mucho mayor y hay una tendencia a que sea la naturaleza la que encuentre el propio equilibrio.  

P. En un contexto de cambio climático, ¿cómo crees que la jardinería puede adaptarse y contribuir de forma sostenible al medio ambiente? 

R. Lo más importante es trabajar bien la tierra. Cuando tienes una tierra de calidad, el jardín o la planta van a responder mejor. Eso incluye tener sustratos muy ricos en materia orgánica o trabajar con el propio sustrato que se tenga. Antes siempre usábamos enmiendas, pero hoy en día es más bien al revés. El jardín se adapta al tipo de sustrato que tengas. 

Otro aspecto importante es la elección óptima de plantas. Antes se pretendía cultivar hortensias en casi todos los lugares. La selección de especies es algo que a nivel de paisajismo se ha trabajado mucho. Hay muchos viveros que están apostando por eso: cultivar especies que sean óptimas para un entorno mediterráneo y caluroso, como el que tenemos en gran parte de España. También utilizar plantas que no sean invasoras. Este es un concepto que se tiene que trabajar, en el sentido de no utilizar alegremente especies que vayan a desplazar a otras autóctonas en lugares sensibles, como jardines de las afueras de las ciudades y entornos más rurales. Y, por otro lado, es muy importante el cuidado del agua. Es un recurso finito y en España solemos tener restricciones en algunas regiones. El consumo de agua debe ser eficiente, a través de sistemas de riego que ya se llevan usando desde hace muchos años, y no malgastar agua con especies que van a necesitar mucha. Si se utiliza en praderas, que no sea con plantas que no necesiten una cantidad de agua tan enorme como el césped tradicional, que es uno de los sitios donde más agua se destina. Por supuesto, se utilizan también los acolchados. Hace muchos años, en Australia, decían que el jardinero que no acolchaba su jardín era un mal jardinero. Era un síntoma de alguien que no se preocupaba por mantener la humedad en el terreno y por tratar bien el suelo. 

P. ¿Qué papel están jugando las especies nativas en el diseño de jardines actuales? ¿Se están valorando más? 

R. Todavía hay personas a las que les cuesta mucho incluir una encina o plantas autóctonas. Al final, estas son las que mejor se adaptan, y esto tiene que ser un compromiso por parte de los paisajistas. En España tenemos buenos ejemplos de viveros que apuestan por la planta autóctona, y esa es una gran noticia. Y por qué no, introducir plantas de entornos similares, como el Mediterráneo, con ese clima tan extremo que tiene. Todas las plantas nativas son bienvenidas. Estamos acostumbrados a ver como los madroños o las encinas son auténticos supervivientes capaces de resistir condiciones con las que otras plantas más sensibles no pueden. Esta debería ser la base de los jardines. En países como Australia, las plantas que no son autóctonas son casi una anécdota. Hay una sensibilidad ecológica por introducir plantas que puedan desplazar a otras. Cada vez que hagamos un jardín, la planta con mayor peso debería ser siempre la nativa, o como mínimo, la planta adaptada a las mismas condiciones de cultivo que tenemos en nuestro país. 

P. ¿Cuáles son los retos a los que se enfrentan los jardineros profesionales? ¿Crees que su trabajo se valora suficientemente desde instituciones y particulares? 

R. Por desgracia, todos sabemos la situación de la jardinería en este país. No es un trabajo que se valore lo suficiente. En otros países, cuando dices que eres jardinero, se nota el respeto porque eres una persona que comprende el entorno del jardín de una manera muy compleja y completa. Si quieres ser buen jardinero, tienes que entender desde la base qué es el suelo, cómo nutrir esos microorganismos que están en él, saber de especies, de técnicas de plantación, de formación, de poda, de nutrición, de principios de riego… Tienes que controlar de muchas cosas, no solo del reino vegetal, sino también de otros que nos afectan continuamente, como las bacterias o los hongos. Al final es una profesión muy compleja y completa, pero desde las instituciones o desde la misma sociedad, no se comprende. Me gustaría que algún día el mundo de la jardinería alcanzase el reconocimiento que se tiene con otros sectores como la gastronomía. Vemos como los cocineros están considerados de una manera muy digna, como debe ser, y los jardineros no. Esto no va solo con los tiempos de la sociedad, sino también con los tiempos políticos. Las partidas presupuestarias para jardines no son tan dignas como en otros ámbitos. Todos sabemos la importancia de tener ciudades y pueblos verdes, que son los que nos dan gran parte de la sanidad, no solo a nivel mental, si no también físico. Falta encontrar ese equilibrio de nuestra profesión respecto a otras. Todo parte de la educación. Si a unos niños no les enseñas a respetar a las plantas en el parque, eso tampoco lo van a hacer de mayores. Es necesario transmitir la importancia del trabajo en el jardín desde la propia escuela. El parque no es solo un lugar de juego, es un lugar donde la naturaleza nos puede enseñar multitud de aspectos de la vida. 

P. ¿Los servicios que se demandan desde las ciudades son acordes a las propias necesidades de las plantas?  

R. Muchas veces en los jardines y espacios públicos municipales no se destina todo el cariño que se debiera. No se trabaja bien el suelo, ni la tierra, ni el hoyo de plantación, no hay un seguimiento… Falta aplicar la técnica. Es verdad que es más caro, pero a la larga se ahorra mucho. Si implementas bien un jardín desde la base, eso trae beneficio y ahorro porque no vas a necesitar repetir los procesos. 

P. ¿Cómo ha cambiado la tecnología la jardinería a lo largo de los años? ¿Cuál de ellas consideras que ha revolucionado más vuestro mundo en el cuidado diario?  

R. La jardinería ha recogido los beneficios tecnológicos de otras profesiones. Por ejemplo, la sustitución de la maquinaria a gasolina por las de batería. Además de ser un beneficio para el entorno, también lo es para el propio operario. Por otra parte, se entiende mejor cómo funciona el suelo o las plantaciones. Cada vez hay más instrumentos que nos enseñan como las raíces trabajan en el suelo y eso hace que las plantaciones sean mucho más efectivas. No tiene nada que ver cómo me enseñaron a plantar en la escuela de jardinería -que lo hicieron con los conocimientos del momento- a cómo se hace ahora gracias a los estudios que se han realizado, sobre todo en otros países. Y también como esa limitación a la hora de usar fitosanitarios, ha generado que tengamos un mayor equilibrio en el jardín. Antes, si tenías una plaga de pulgón, actuabas inmediatamente con un insecticida. Hoy en día lo que se hace es observar. Es hacer lo que haría la naturaleza. Si hay un daño y el jardín está en equilibrio, ese daño va a ser paliado por la propia naturaleza. Si dejamos que actúe, vamos a saber que después de ese primer ataque, aparecerán los insectos y asociados que van a luchar contra esa plaga. El otro día estaba viendo uno de los vídeos de Cristóbal Elgueta, uno de los paisajistas chilenos que están aportando mucho desde el lado técnico. En el vídeo compartía cómo evitar la emergencia de las hierbas espontáneas simplemente utilizando una capa mayor de grava. Aunque estas prácticas sean sencillas, a veces son avances técnicos que son invaluables. 

“El contacto con otros jardineros te ayuda a seguir aprendiendo e incorporar nuevas técnicas” 

P. ¿Qué consejo le darías a los profesionales o alguien que busque dedicarse a ello para mejorar? 

R. Cuando sientes amor y pasión por tu trabajo, siempre quieres seguir aprendiendo. Lo que he aprendido en los últimos años no tiene nada que ver con lo que había cuando salí de la escuela de jardinería. Una de las maneras más bonitas de aprender es estar en contacto con otros profesionales. Lo veo mucho en los cocineros, cómo se alaban de una manera honesta y sencilla, valorando como una persona puede descubrir algo que a ti te hace vibrar. Creo que en la jardinería también está muy presente, y afortunadamente se transmite mucho. El contacto con otros profesionales del sector es imprescindible. Hay muchas maneras de hacer un jardín o de ser jardinero, por lo que ese contacto continuo te ayuda a seguir aprendiendo e incorporar nuevas técnicas o especies. Es imposible trabajar con plantas y no aprender algo nuevo cada día. 

R. Desde tu rol como investigador botánico del arte, ¿qué descubrimiento o proyecto reciente te ha entusiasmado más? 

P. Me sigo sintiendo como un niño cada vez que afronto un nuevo trabajo, ya sea a través del contacto directo con la planta viva como con la artística. Cada vez que descubro una nueva colección de un museo de arte me siento como un niño en un parque de bolas. Cada vez que afronto un nuevo encargo, de alguna colección de arte, me siento siempre con pasión. Hay proyectos que por su envergadura son más grandes, pero todos son tareas emocionantes. Uno de los últimos que he realizado ha sido el itinerario botánico expositivo del Museo del Prado, con una veintena de obras de arte donde lo que hice fue transmitir mi mirada jardinera en obras de Tiziano, Fra Angelico o Velázquez. 

P. ¿Qué podemos aprender de la representación de árboles y plantas en cuadros? ¿Tienes una obra favorita en ese sentido? 

R. El arte nos enseña a mirar la vida. Cuando te detienes a ver como un artista ha sido capaz de trasladar la personalidad y ese retrato de una planta a su obra de arte, hace que te fijes en esos contrastes y pequeños detalles que tienen las plantas en un jardín. Unir esa mirada artística con una mirada más natural me parece un paso lógico. No son dos cosas opuestas. Valorar una planta como se representa hará que valores más esa planta en la naturaleza. Cuanto más miramos, más aprendemos a mirar.  

La pintura flamenca antigua me gusta muchísimo. El Tríptico del Jardín de las delicias es una obra que creo que es la favorita de media humanidad. Es una obra infinita. Por mucho que la veas, siempre vas a descubrir algo que te sorprenderá. También me gusta mucho Fra Angelico o El Descendimiento, de Roger van der Weyden, con una carga botánica muy potente.  

P. Por último, ¿cómo imaginas el jardín del futuro? ¿Qué elementos no pueden faltar y qué costumbres crees que van a cambiar? 

R. La tendencia es que la parte verde de las ciudades se vea cada vez mayor. Estamos viendo como cada vez es más necesaria la cercanía con las plantas, por muchas razones, y creo que es una de las tendencias más bonitas que hay. No solo que haya un arbolado de calidad y autóctono en las calles, sino también en los balcones y azoteas de las casas. Que se use la planta como la gran sanadora de ciudades que, en muchos casos, están enfermas por haber prestado demasiada atención a los materiales más inertes como el cemento o la piedra. Al final, las plantas, seres efímeros, son imprescindibles en una ciudad. 

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