Plantar árboles se ha convertido en el símbolo más popular de acción ambiental. Desde campañas escolares hasta estrategias de responsabilidad empresarial, vemos una y otra vez actuaciones de reforestación como respuesta al cambio climático.
Sin embargo, la regeneración ecosistémica real va mucho más allá de este gesto. Restaurar es más que plantar árboles. Es sanar relaciones: entre especies, entre procesos naturales… y entre personas y territorio.
Pensar en términos ecológicos es entender los territorios como sistemas complejos, donde cada componente —vivo o no vivo— está interconectado. Un bosque no es simplemente un conjunto de árboles; es una red tejida entre el suelo, los hongos, los insectos, los mamíferos, los cursos de agua, la atmósfera… y también las personas que habitan o atraviesan ese paisaje.
Los proyectos de reforestación deben integrar esta mirada sistémica. Actuar en el biotopo y en la biocenosis. Si la comunidad no participa ni se siente parte del proceso, es probable que la regeneración no se sostenga en el tiempo.
Todo ecosistema saludable empieza desde lo invisible. La vida del suelo, las redes micorrícicas, la infiltración del agua, la biodiversidad microbiana… son fundamentales para que cualquier otro componente prospere.
Regenerar el suelo, recuperar los ciclos del agua, proteger las especies clave y cooperar para que los procesos naturales se reactiven por sí solos es mucho más transformador que plantar miles de árboles de golpe. La naturaleza tiene una capacidad increíble de autorregeneración, sólo necesita condiciones adecuadas y tiempo.
Cuando involucramos a las comunidades que habitan estos ecosistemas en esta mirada, también estamos transformando nuestra relación con el tiempo. Dejamos de esperar resultados inmediatos, entendemos el proceso y aprendemos a leer las señales del ecosistema con paciencia y sensibilidad. Es una pedagogía de la lentitud y la profundidad, olvidada a menudo y tan valiosa para este y otros ámbitos de nuestras vidas.

Recientemente escuchaba a Cecilia Vicuña, artista y activista chilena, decir que la extracción masiva de recursos de la tierra, acción que está acabando con los ecosistemas, no podría haberse dado si no hubiese sido extraída nuestra sensibilidad humana.
La restauración ecológica es también restauración social. Es una oportunidad para reconstruir vínculos rotos entre personas y paisajes, entre generaciones, entre memoria y territorio. Muchas veces, los ecosistemas están degradados no sólo por la sobreexplotación, sino también por el olvido, el abandono y la pérdida de sentido comunitario.
En el corazón de una regeneración verdadera está la participación. La comunidad debe ser coautora, protagonista. Esto implica generar espacios de encuentro, de escucha, de trabajo conjunto. Significa tejer redes entre lo ecológico, lo pedagógico y lo cultural. Y para ello, hace falta sensibilidad, tiempo… y restaurar también una ética de la colaboración.
Los proyectos de regeneración son maravillosas oportunidades educativas. Cuando la infancia y la adolescencia participan en la observación, el diseño y el cuidado del entorno natural, no sólo adquieren conocimientos científicos: desarrollan sensibilidad, sentido de pertenencia y una ética del cuidado.
Las experiencias de transformación/regeneración llevadas a cabo en patios escolares, huertos o espacios naturales muestran cómo la participación genera cambios profundos y duraderos. No sólo en el entorno físico, sino también en la cultura de la comunidad.
Regenerar un ecosistema va más allá de una tarea técnica, es un proceso vivo. Supone reconocer que la vida no se impone, se siembra, se cultiva desde lo invisible. Que además de plantar árboles, hay que restaurar y proteger las relaciones que hacen posible que ese árbol crezca, se reproduzca y forme parte de una red de vida.
La regeneración sólo será real si la hacemos juntos. Los seres humanos no estamos fuera, somos parte de la naturaleza. Cuidar un ecosistema es, en el fondo, cuidar de nosotros mismos.
En tiempos de crisis climática, avanzar hacia una cultura regenerativa en todas las esferas de nuestra vida es un reto y una necesidad. Es una oportunidad para reconectarnos con nosotros mismos, entre nosotros y entender “comunidad” como ámbito que trasciende a las personas. Regenerar es regenerarnos.